Los niños jugaban a atrapar la luz. Una vez capturada, se la fueron pasando de uno a otro.
Primero la sostuvo Helios:
-Brilla casi tanto como yo -se jactó.
Hefesto, el más desaliñado, al tenerla en sus manos afirmó:
-Cuando sea mayor, pondré una fragua y la usaré para forjar armas.
Su hermanastra Atenea, la más avispada de los tres, la tomó con delicadeza y dijo sonriendo:
-Algún día esta luz se hará más luminosa, y servirá para alumbrar el camino del conocimiento.
Distraídos con sus ensoñaciones, ésta última fue quien primeramente se percató de que se acercaba un extraño.
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